Padre vida -Carlos Angulo
Un día, estaba sembrando yo unos chaguaramos en el solar de Resolana, la casa donde vivía, en el Barrio el Carmen, Barquisimeto. El objetivo, embellecerlo, buscando ostentar esa exquisita arrogancia intelectual de un recién graduado universitario. Marcos, mi padre, que éramos vecinos, se acercó y me preguntó, qué estaba sembrando. Le dije, “Chaguaramos”. Voy a darle un consejo, tendría él más de 70 años, yo unos 35 o más. “Mire, me empezó a explicar, esas matas son muy peligrosas, atraen los relámpagos. Además, uno el pobre siempre tiene que sembrá pa comé, ahí como usted ve, tengo esa matica de tamarindo, ya está dos veces más grande que yo, y ya parece que va a dar semillas”. Yo, como hijo malcriado, incluso estudiado, que siempre uno cree que sabe más que los padres, inmediatamente lo contrarié, y le mal respondí, “usted sabe cómo es la cosa Marcos, que a lo mejor ni usted ni yo estaremos vivos cuando estas plantas estén grandes”.
Él, vestido sencillamente como siempre, todo de kaki de mucho uso, se retiró sin decir palabra alguna, y a paso lento de la vejez, entró de nuevo a su casita, traspasando la cocina hasta su cuarto, dejando atrás unos patos flacos y algunas gallinas y pollitos, que creían que les iba a dar de comida, maíz picado.
Prontamente, me di cuenta lo bruto que había sido, y eso que yo estaba recién graduado de Licenciado, y además, ese espacio me lo había regalado él, cuando yo no tenía ni siquiera donde caer muerto. Dejé lo que estaba haciendo y me fui a pedirle perdón. Hice intento de entrar a su cuarto, desde la antesala vi que estaba sentado en la cama, la misma vieja cama de siempre vencida por el tiempo como el escaparate, mobiliario que nos acompañaba a donde quiera nos mudáramos, pero vi también cuando se limpiaba las lágrimas. Eso me conmovió demasiado, y no pude seguir a decirle, a lo que había ido. Indiscretamente me fui y salí al traspatio, igual se me acercaron las gallinas, y unos pollos, y unos patos a lo mismo.
Ese sentimiento me marcó, para siempre. Cada vez que hay lluvia, truenos y relámpagos, me impactan, trasladándome a recordar aquellos momentos y aquellas, sus palabras.
Muchos años después, hice un viaje con Efrén Montilla, el Negro Rojas, Anusky Montilla, Mariela y Maribel Matute a Canaima, duramos más de un mes dando vuelta por esos extraordinarios y bellos parajes, hasta que regresamos de ese largo viaje al que nos había invitado el Negro Rojas, impregnado de increíbles anécdotas.
Llegando a la casa, cansado de tanto viaje, me impresiona que no ubico la casa, no la identifico. Pasé varías veces y dije, esta tiene que ser, y efectivamente, esa era. La situación, que tanto la puerta y el frente de la casa, al que le había hecho por encargo un diseño artístico, de manos del recordado amigo poeta Guarecuco, atrayente, resaltante, colorido como nunca precedente alguno en el l barrio existió, había sido borrado y pintado todo de blanco cal la pared y blanco aceite la puerta y el portón, todo.
Marcos tenía una ventana que daba a la calle, por donde vendía lo que había en la bodega, sardinas, papel higiénico, caramelos y refrescos como monte. Hacia allí me fui, muy molesto, para averiguar lo que pasó. Marcos, le dije, usted sabe quién pintó la casa así. “Yo fui hijo”, muy humildemente me dijo. Rápidamente le contesté, “por qué usted hizo eso, sin pedir permiso, eso no es suyo y es una falta de respeto. Yo no voy a venir aquí a su casa a tomar decisiones, sin primero decirle a Usted”. Con una voz, muy suave y lenta como su caminar, me argumentó su intuición, “yo la pinté porque como usted metió los papeles para que el gobierno le conectara el agua, y ya hace meses que no vienen a ver, pensé, que era porque la casa estaba pintada de mucho verde que es el color del partido Copei, y ahorita están mandando son los adecos, que su partido es el color blanco”. Cómo Usted va a pensar eso Marcos, como va a creer, que por eso es que no han instalado la tubería del agua, eso es ser muy ignorante Marco, que vaina con Usted, y me fui, echando pestes, sapos y culebras por la boca.
Al siguiente día salí para Caracas, a ver si podía solucionar otros papeles que había introducido en el Ministerio de Educación, por allá me quedé como una semana burocrática buscando resolver, y tal vez pasar el malestar. Regresé a Barquisimeto, sería cerca de las dos o tres de la tarde, recuerdo era marzo, el mes del sol infernal, que deshidrataba y volvía a uno pura sed, parecido al calor de aquella bellísima canción llanera -Ojos de candela en Marzo-. Y mientras más me acercaba a la casa, más se me acrecentaban las ganas de tomarme a tucún tucún, una cola Marbel, en la bodega de Marcos. Al llegar a la ventana de la bodega, ajeno a todo los sucesos, le pedí a Marcos la gaseosa. Y así me recomendó, “hijo no tome esos refrescos que hacen mucho daño, que dan diabetes y rabia”, y se fue hacia la neverita y sacó un recipiente de plástico grande, lleno de jugo, y un vaso, y me dio a beber. Y me precisó adicional, “tómese más bien un juguito de tamarindo que refresca más y es más alimento, ya la matica que sembré aquella vez, me dio tamarindos”, remató. Y a mí me dio en la torre, como dicen. Pues caí en cuenta, y me quedé ausente, incómodo, trastocado. Inmediatamente se me vinieron atropellados todos aquellos recuerdos, con todo y malestar. Me bebí rápidamente el jugo, honestamente estaba calidad y muy frío como lo necesitaba, pero sentía que debía irme de allí, la situación me era muy penosa y tácita. Al recibirme el vaso, me preguntó si quería más, y que cómo estaba el jugo, me preguntó. Bien, le dije, y me fui, pero antes de irme me informó, que había llegado una gente buscándome, “yo les dije que usted no estaba, que vinieran el lunes, yo no les quise abrir la casa, es la gente que va a instalar el agua.
A Marcos mi padre:
“Quien a pesar de no haber hecho nada relevante en este mundo de batalla permanente, muchos mártires también cayeron por dignificar su vida obrera. Quien no huyó, ni traicionó a nadie ni abandonó nunca sus fuerzas a la intemperie, por vivir y dejar vivir. Ni odió, ni gritó ni ofendió ni peleó con nadie. Él era y fue el pan que no teníamos. Un día cualquiera sin llamar la atención tomó, pausadamente, un cuaderno, para hacer una tarea de la Misión Robinson y se quedó allí, acostado en un mueble de mimbre, enfermándose, muy enfermo, casi puro hueso, sin queja alguna, sin emitir dolor ni conmiseración, sin pedir honores ni privilegios, apenas un poco de avena hervida que ya costaba pasar por la garganta. Solamente se fue tornando humildemente solo, pero con él, como dedicado a cuidar su cuerpo que no conoció la risa ni el manjar. El mismo cuerpo que soportó todas las miserias a las que puede ser sometido un obrero que edifica el mundo, para darnos de comer y de mirar; pero también el cuerpo, su única herencia, el de todos los silencios y explotación, que como pudo le dio de comer a él y a todos nosotros. Qué más le puedo recordar sin sufrir. Gracias por haberme hecho su familia, es lo menos que le puedo decir, en estos versos pobres y en esta lucha que lo recuerda”.
El mundo, igual sigue sin nosotros, cuando torpe, o insistente en una hermosa idea o final, nos bajan de él. Solidario o arbitrario, pobre o rico, con el sudor o ventajas respectivas, cumple con apartarle la luz a los que no han llegado.
Independientemente del adiós que nos enseña diariamente, sin hacer tanto escándalo ni dolor, nos vamos yendo poco a poco de los oscuros días en “paz”, que han pasado sin ti. *
Hoy, mientras escribo en su memoria este agradecimiento por sus enseñanzas, no dejo olvidar aquella frase que Marcos me dijo, hace tiempo ya, en casa de Ramón Mendoza, San Diego, Carabobo, cuando le insistí que nos quedáramos a dormir ahí, porque así lo habíamos acordado, además porque ya era tarde para irnos, y que por qué teníamos que irnos, hasta que me convenció profunda y certeramente cuando me dio su parecer, y nos fuimos tarde noche y sin explicaciones, a nuestras casas en Barquisimeto, la mía que llevaba por nombre Resolana, y la de él que nunca tuvo nombre.
Manejaba pensativo y había mucho silencio aquella noche ya, y usted iba atrás en el carro, con mucho gusto y placer fui su chofer por primera vez en su vida y en la mía, y en nuestro único viaje juntos. Recuerdo, iba Usted orinando mucho, a cada rato, por el camino y tuvimos que orillarnos, muchas veces.
Esta vez ya no podía contrariarle, era muy contundente y bella su razón de partir a casa, desde donde Ramón y Matilde, y esto fue lo que me dijo: “A las patas siempre le hacen mucha falta la tierra que han pisado”, como a mí en este instante en que muy lejano ando de mi país y que perfectamente ahora, lo comprendo mucho más.
Cielo A
Si las estrellas
trabajaran como mi papá
se vestirían de kaki
En la noche cansadas dormirían
Y poco a poco
se pondrían flaquitas
Y poco a poco
se irían quedando solas
Y poco a poco
se les iría acabando
la risa
la luz
y los años **
---
trabajaran como mi papá
se vestirían de kaki
En la noche cansadas dormirían
Y poco a poco
se pondrían flaquitas
Y poco a poco
se irían quedando solas
Y poco a poco
se les iría acabando
la risa
la luz
y los años **
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Si al fin deciden
reconstruir este mundo:
reconstruir este mundo:
No lo pidan a Dios
no busquen un arquitecto
no busquen un arquitecto
Mas bien
llamen a un obrero
un niño
un soñador
a los pájaros y a las hormigas***
llamen a un obrero
un niño
un soñador
a los pájaros y a las hormigas***
16 junio 2020. Guatemala.
Carlos Angulo
*Del Libro: Me imaginé el mundo sin ti. Estrella Editorial. Guatemala. 2020
** y ***. Del Libro: Los Inversos de la Niñez. Editorial Tinta Papel y Vida. Caracas 1983...
** y ***. Del Libro: Los Inversos de la Niñez. Editorial Tinta Papel y Vida. Caracas 1983...
gracias siempre, hermano.
ResponderEliminarA Marco lo conocí en silencio, me regaló una catalina dulcita con papelón y una sonrisa. Su tesoro.
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